jueves, 30 de octubre de 2008
Confieso que he Vivido
Confieso que he Vivido…
Libro autobiográfico de Pablo Neruda publicado en forma póstuma en 1974.
Comencé a leerlo como hace unos veinte años y por esas cosas de la vida en medio de la lectura, al libro, se lo trago el olvido, pero lo que el olvido se traga tarde o temprano el tiempo te lo eructa en la cara, y así es mas o menos, mi historia con estas memorias que hoy me ocupan.
Neruda nos monta en un triciclo y poco a poco mientras vamos pedaleando sus páginas crecemos en el. Como un hermano mayor nos acompaña rueda a rueda en este paseo por el campo fértil de su vivir de donde brotan países lejanos, amigos entrañables, explicaciones de tramos importantes de su obra poética, aclaraciones a controversias surgidas en el tiempo, pero lo mas importante es como este cúmulo de vivencias, fraguan la conciencia de un hombre universal, de un poeta comprometido con la lucha de los pobres.
En doce tramos divide su jornada el poeta.
Desde El Joven Provinciano, que recrea su infancia y esa imborrable impresión que de niño le causo la lluvia, el agua, la naturaleza y fue en donde quizás, su incipiente alma marinera, se lleno de espuma.
Hasta Patria Dulce y Dura parido con el dolor
de la traición a la libertad, a la democracia, al pueblo. Esa traición heredada y compartida por toda nuestra América Latina.
Los autores son de todos conocidos, el dinero y unos cuantos vende patrias en posiciones claves del ejército y la política.
Aquí les pongo dos extractos de este tramo que me parecen harto familiares, en los cuales describe los sucesos del martirio del que soñó con abrir las alamedas (Salvador Allende), para que el hombre digno pudiera caminar libremente.
“Del otro lado no faltaba nada. Tenían arlequines y polichinelas, payasos a granel, terroristas de pistola y cadena, monjes falsos y militares degradados. Unos y otros daban vueltas en el carrousel del despacho. Iban tomados de la mano el fascista Jarpa con sus sobrinos de “Patria y Libertad”, dispuestos a romperle la cabeza y el alma a cuanto existe, con tal de recuperarla gran hacienda que ellos llamaban Chile. Junto con ellos, para amenizar la farándula, danzaba un gran banquero y bailarín, algo manchado de sangre; era el campeón de rumba González Videla, que rumbeando entregó hace tiempo su partido a los enemigos del pueblo. Ahora era Frei quien ofrecía su partido demócrata-cristiano a los mismos enemigos del pueblo, y bailaba al son que éstos le tocaran, y bailaba además con el ex coronel Viaux, de cuya fechoría fue cómplice. Éstos eran los principales artistas de la comedia. Tenían preparados los víveres del acaparamiento, los “miguelitos”, los garrotes y las mismas balas que ayer hirieron de muerte a nuestro pueblo en Iquique, en Ranquin, en Salvador, en Puert Montt, en la José María Caro, en Frutillar, en Puente Alto y en tantos otros lugares. Los asesinos de Hernán Mery bailaban con los que deberían defender su memoria. Bailaban con naturalidad, santurronamente. Se sentían ofendidos de que les reprocharan esos “pequeños detalles”.
“Escribo estas rápidas líneas para mis memorias a sólo tres días de los hechos incalificables que llevaron a la muerte a mi gran compañero el presidente Allende. Su asesinato se mantuvo en silencio; fue enterrado secretamente; sólo a su viuda le fue permitido acompañar aquel inmortal cadáver. La versión de los agresores es que hallaron su cuerpo inerte, con muestras visibles de suicidio. La versión que ha sido publicada en el extranjero es diferente. A renglón seguido del bombardeó aéreo entraron en acción los tanques, muchos tanques, a luchar intrépidamente contra un solo hombre: el presidente de la república de Chile, Salvador Allende, que los esperaba en su gabinete, sin más compañía que su gran corazón, envuelto en humo y llamas.
Tenían que aprovechar una ocasión tan bella. Había que ametrallarlo porque jamás renunciaría a su cargo. Aquel cuerpo fue enterrado secretamente en un sitio cualquiera. Aquel cadáver que marchó a la sepultura acompañado por una sola mujer que llevaba en sí misma todo el dolor del mundo, aquella gloriosa figura muerta iba acribillada y despedazada por las balas de las ametralladoras de los soldados de Chile, que otra vez habían traicionado a Chile.”
Dejo otro fragmento acerca del deber de los poetas y la poesía.
“Tal vez los deberes del poeta fueron siempre los mismos en la historia. El honor de la poesía fue salir a la calle, fue tomar parte en éste y en el otro combate. No se asustó el poeta cuando le dijeron insurgente. La poesía es una insurrección. No se ofendió el poeta porque lo llamaron subversivo. La vida sobrepasa las estructuras y hay nuevos códigos para el alma. De todas partes salta la semilla; todas las ideas son exóticas; esperamos cada día cambios inmensos; vivimos con entusiasmo la mutación del orden humano: la primavera es insurreccional.
Yo he dado cuanto tenía. He lanzado mi poesía a la arena, y a menudo me he desangrado con ella, sufriendo las agonías y exaltando las glorias que me ha tocado presenciar y vivir. Por una cosa o por otra fui incomprendido, y esto no está mal del todo”.
Recomiendo este libro a los que les gusta la poesía, a los poetas del diario vivir, que con su esfuerzo aportan ideas y tiempo para un entendimiento de lo que nos une en contra de lo que nos aleja.
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