domingo, 31 de enero de 2010

De Acuerdos de Paz y Cicutas Revolucionarias.



Pintura: "La libertad de la Muerte" por Jean Baptiste Regnault. (1795)



El 18 de Enero se cumplieron 18 años de la firma de los acuerdos de paz. Quizás, el hecho más importante de nuestra historia como sociedad moderna. Ahí se redactaron y negociaron toda una serie de medidas que garantizaría la evolución de nuestro pueblo hacia una democracia real, firme y duradera. La nueva sociedad estaba en gestación, al menos esa fue la promesa.

A 18 años de la efemérides, algunas cosas nunca se cumplieron y otras fueron deformadas o convertidas en letra muerta. Se podría decir que los acuerdos de paz se volvieron una bonita pieza literaria de ficción, sin ninguna esperanza de ser, o solo fueron, la cicuta de la revolución salvadoreña.




Asistimos todos a su funeral.
Unos, eternamente apesadumbrados le cantaban un réquiem.
Otros, con la escueta curiosidad de un zopilote imaginaban un banquete.
Flanqueando el ataúd, los infalibles Nostardamus recitaban su
"te lo dije" triunfal.
Los de la risa a medias y cara de espantapájaros
no se atrevían a contemplarla aduciendo dolor de estomago.
Muy en el fondo, los gritos de parto de 5 mujeres rompen el silencio sepulcral,
y el llanto de los recién nacidos enmudece la música sacra.
El féretro es abierto por sus 5 amantes que le plantan un beso
ardiente e infinito... De tanto amor el corazón se escapa.
Los necios, apuran el entierro en el cementerio de la historia y le clavan un epitafio que reza: "Aquí yace incompleta la revolución salvadoreña con un hoyo en el pecho, como si el corazón se le hubiera volado".


jueves, 7 de enero de 2010

Asi te vi San Salvador.




Mis primeras impresiones, del primer regreso...

Te vi San Salvador como una extensa cárcel... Repleta de altos muros, con cabelleras de filudos alambres, capaces de cortar hasta la más temeraria de las brisas. Con rejas y portones, donde solo pasa el miedo, el amor y los amantes quedan fuera. De pronto me puse a pensar en el adagio aquel que dice " el que a hierro mata a hierro muere"...

Por todos lados vi gendarmes desprolijos, armados de oníricos fusiles, garantizando la seguridad que te puede dar un loco, desfibrilando así tu moribunda confianza.

Ahí también vi así de lejitos, los modernos "malls", monumentos al valiberguismo ecológico salvadoreño, “orgullo nacional”, que en solidaridad con los miles de arbolitos de café, pepeto, conacaste, tigüilote, madre cacao y otras hiervas, brutalmente masacrados por el "irrefrenable desarrollo" neoliberal, me negué a visitar.

Hoy no vi los heroicos "payasitos" que dirigían el caos vehicular en los cortes de energía eléctrica. Las noches en cambio, la pululan jaurillas de niños, más grises que la tristeza, pequeños ángeles expulsados de su parnaso, que te recuerdan a ti, que estas al otro lado del vidrio, de tu envidiable posición.