Sebastian respiraba con dificultad. No era asmático, pero la respiración era
lo primero que le fallaba cuando lo abrumaban los nervios.
Ahora que llevaba en su ser una bala que le había destrozado el hígado, sentía que la tierra se lo tragaba con millones de brazos de fuego.
"Que te paso hijo?"
"Que te han hecho?" Escuchaba una voz en la distancia. Sentía un cataclismo que le estremecía el
cuerpo con una fuerza descomunal.
La marcha se disolvió, como se disuelve una columna de hormigas aplastadas
por una bota implacable. Sebastian se ahogaba en un grito distinguible solo
por el y para el. Nadie oía nada en el correr de su suerte. Y fue el
silencio.....
Mientras tanto, los grillos mansos eran los únicos que corrompían la quietud
virginal de la noche.
Se le olvido casi todo.
Recordaba solamente una luz distante que lo llamaba desde afuera como
hilitos de plata através de la ventana.
En ese momento en que sentía el frío de la agonía, se acordó también del frío
que solía sentir, al correr sin camisa por el corredor de la casa en las
tardes de diciembre, cuando la algarabía de los petardos saludando la navidad
por adelantado, se confundía con la sentencia ronca de la muerte.
Yacía ahí como un feto nadando en sangre, vencido por el miedo y la
resignación apocalíptica de los que han hecho un trato con la muerte,
convencidos de un pronto anochecer.
Sus padres traían un nuevo bebe a casa... finalmente...
"Donde esta mama?" "Esta enferma?". Vio la silueta de su madre atravesar el dintel del crepúsculo de aquella tarde azul y le alentó su sonrisa, mas por alivio que por felicidad.
"Mira hijo es tu hermanito!" Y al decir esto, su madre deposito en sus brazos de niño a su recién venido hermano en un cartucho de sabanas con muñequitos de colores. El momento quedo indeleble en
su memoria así como la fotografía que su padre se apresuro a tomar.
Sebastian se bifurcaba cubierto por una sombra triangular mientras besaba
un remolino de sabanitas...
Se suspendió el tiempo de una manera casi invisible, casi impalpable. Sebastian no hubiera entendido entonces nada de edades, de días, meses o años. Todo funcionaba dentro un agujero que se cerraba con el tiempo y se resignaba a esperar la oscuridad.
"Pregúntame algo papa", dijo el niño al regresar del parque, aburrido a
causa de su edad. Era muy bajito para subirse por si solo a los columpios y
muy joven para jugar al fútbol con los mayores.
"Que numero es esa casa?", pregunto el padre.
"Dos"!!!
"Ahora...Que numero es esta casa?"
"Cuatro!!!"
Caminaron frente a dos casas sin decir nada. A la siguiente el padre le
formulo la misma pregunta.
"Diez!!!"...Pero no me preguntases ni el seis ni el ocho". No sabia leer ni escribir y hasta ese momento, ni el ni su padre sabían que ya contaba hasta diez.
"Papa…Que sigue después del diez?"...
En las penumbras de su dolor las imagines se le confundían, como
maripositas blancas revoloteando en la iluminada corola de un bombillo
encendido. La vida se le diluía gota por gota y la música de la noche le
arrullaba el sueño eterno.
"Que te paso hijo?" "Que te han hecho?"... Su abuela llego del trabajo para atenderle la
hinchazón que le había estallado en el pómulo izquierdo, producto de un
codazo que un compañero le había propinado jugando al fútbol, en su primer
día de escuela.
"Abue ya no quiero ir a ese colegio. Tengo miedo. Me puedo quedar contigo?" Su abuela que para el era todo le dijo:
"No te aflijas hijo ya estoy aquí
contigo" "Y mañana?" "Mañana vas de regreso. Acuéstese ya, que cae la noche." Fue una muerte rápida. Su familia se desmorono colectivamente al momento de
enterarse. La administración del hospital les dijo que debían sacar las
posesiones de Sebastian y desocupar el cuarto, tratando de borrar el rojo
lunar de sus pabellones inmaculados de azul y blanco.
Su abuela fue la única en hallar fuerzas para empacar la vida de su nieto
en unas bolsas indolentes de hospital.
Ya casi al terminar su desafortunada tarea, se dio cuenta que había algo casi
escondido bajo la cama, tirado seguramente durante el desenfreno que se armo
cuando hubo que llevárselo de emergencia al quirófano.
Era el libro de historietas que ella le había regalado a Sebastian en su
sexto cumpleaños. Apartado por un listón manchado por la vida, se
encontraba una pagina del cuento favorito de su nieto que ella leyó con una
voz tenue y melancólica:
"Mc Connell respiraba con dificultad. No era asmático, pero la respiración
era lo primero que le fallaba cuando lo abrumaban los nervios..."